jueves, 19 de marzo de 2009

Somos negros

Me llama la atención cuando para entrar en algún que otro país, llega el momento en que la azafata te entrega el formulario de aduana en donde, entre otras cuestiones, preguntan por tu “Grupo étnico” con una serie de opciones predeterminadas. Y no en balde, porque tras efectuar diferentes vistazos a las opciones escogidas por otros pasajeros, observo la disparidad de criterios que emplean para su elección.

Así que a pesar del escaso tiempo que me deja mi trabajo, me dedico a indagar con mas o menos fortuna, y siempre con el ímprobo ánimo de ilustrar aquellas dubitativas ánimas que como yo, se hayan quedado algo perplejas ante tamaña cuestión.

Me considero poco cualificado para poder resumir lo que el sesudo D. Carlos Ramiro Bravo Molina resume en un estudio acerca del vano intento de clasificar a los humanos por etnias, pero me quedo con esta frase: “no es apropiado para describir a los grupos humanos ya que refleja una esencialidad (la de “raza”) inexistente. Su utilización lleva la confusión y, por tanto, debe ser abandonado y sustituido por el de colectivo, grupo o población humana”. Así que, desde una perspectiva ética, la pregunta que nos hace el organismo de inmigración está descalificada desde un principio.

En los últimos veinticinco años, los humanos ya no nos clasificamos en razas sino conforme a una referencia algo menos burda, cuya idea estelar viene siendo la “identidad”. En el mercado teórico de las ciencias sociales se advierte una creciente oferta para que todo el mundo adquiera su “identidad étnica”, “identidad cultural”, “identidad nacional”, a veces hecha a la medida de políticos interesados. Filones para la investigación y la obtención de subvenciones. Causas irredentas para la movilización ideológica, política y social de cualesquiera indígenas. Y si no que se lo pregunten al orate fiel seguidor del más orate aún Sabino Arana, el Sr. Arzalluz que farfulló convencido que “la raza vasca tiene el RH negativo” (seguro que antes se habría hecho una análisis de sangre, si no, acto seguido de tal manifestación se hubiera lanzado de cabeza desde el puente de Portugalete). Pero vamos a dar por supuesto que, como esta entrada no va de Política, la pregunta no va en ese sentido, sigo investigando.

Si acudimos al diccionario de la Real Academia Española dice que etnia es una “comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etc.” Me encanta este acabado con un “etc.”, aquí cabe cualquier cosa, excepto lo de afinidad racial, ya hemos dicho al principio que con Hitler murió esta manera de clasificar a la humanidad. Tampoco nos sirve para nuestro propósito la clasificación por afinidades lingüísticas (aunque la lengua sea un órgano sexual que algunos depravados utilicen para hablar). Ni tampoco las culturales, ya que podemos advertir que este tipo de cuestiones nos las piden en el apartado de “Información Personal”. Tampoco hay opción para las afinidades religiosas. Mejor pues así no habría que temer a situaciones como que si cupido le diera por ponerme a su disposición una Judía dudar con un -¿debería utilizar un preservativo “Kosher”?-, o adivinar si cuando un Musulmán se postra culo en pompa, es porque está en su hora de oración, o está pidiendo desesperadamente sexo anal. Mejor, que desahogo librarnos de tan embarazosas cuestiones.

En la antropología, el término “etnia” no fue al principio más que un eufemismo, introducido para sustituir a la palabra “tribu”, que designa las sociedades con una organización política que no ha alcanzado la forma de estado, y cuyos principios organizativos se basan fundamentalmente en el parentesco. Una definición tan vaga sólo cabe para un uso antropológico. Si ésta fuera la intención del departamento de inmigración objeto de este artículo, las opciones deberían ser muchísimo más amplias que las escasas opciones que nos dan.

Vamos a suponer que aceptamos la última explicación, y que el grupo étnico nos acerca al de “tribu”. En pleno siglo XXI, en un mundo tan global, tendríamos que ser capaces de acotar en el tiempo nuestro linaje a una tribu. ¿Porqué? Muy sencillo. Voy a utilizar como ejemplo “El Proyecto Genográfico” (The Genographic Project que realizó la National Geographic Society). Consiste en un proyecto de investigación antropológico proyectado a cinco años, destinado a mapear las migraciones humanas a lo largo de su historia. Una de las determinantes conclusiones a las que ha llegado el estudio indica, sin ningún género de duda, que todos los seres humanos descendemos de un mismo antepasado africano que habitó el planeta en pleno centro de África hace 60.000 años.

Por tanto, si la pregunta de referencia no la acotamos en el tiempo sobre a que grupo étnico pertenecemos, la respuesta de cualquier usuario varón o hembra, de cualquier parte del globo, es única: NEGRO.

Pero vamos a ser generosos con nosotros mismos, ya que aunque somos todos negros, resulta raro que algunos, al mirarnos en el espejo, nos apreciemos de diferentes tonalidades. Seamos también indulgentes con los agentes de inmigración de turno. Más aún si son son estadounidenses, dado que por regla general los estudios básicos del estadounidense medio son limitados (no sabe mucho más allá de los estados de su país y los nombres de sus presidentes), así que comprenderemos el alcance limitado de las opciones que la pregunta nos realiza. Al fin y al cabo, el propósito final de los es clasificarnos. Y seguro que quedarían un tanto sorprendidos si maracáramos esta respuesta universalmente.

Por tanto, para simplificar nuestra genealogía tribal, vamos a acordar tácitamente tomar como referencia hasta lo que eran nuestros abuelos, ya que tendremos la capacidad de recordarlos o que nos hayan contado cómo eran ellos. Yo por lo menos no soy capaz de recordar a nuestros supuestos Adán y Eva negritos de hace 60.000 años.

Y ahora, con las ideas claras, observemos con atención las posibles respuestas y trataremos de clarificar cuál debería ser la opción escogida:

  1. Indígena americano: Término bastante fácil de comprender y que afortunadamente no nos despliegan todas las posibilidades tribales del continente americano. Podrían haberlo abreviado con un “piel roja” que todo el mundo sabe lo que es, que para eso hemos visto ingentes películas de westerns (no vale confundirse con uno mismo tras el primer día de playa en vacaciones).
  2. Asiático: Cuidado que tiene trampa, porque luego no hay ninguna opción para Europeo, Africano, Americano u Oceánico. Así que si, por ejemplo eres un aborigen australiano, lo tienes complicado. Pero como estamos indulgentes, lo simplificamos en un simple “amarillo” (esta opción no es válida para los enfermos de ictericia).
  3. Negro: Como el tizón, chim-pón. Ni Afro americano, ni florituras. Pero entonces, ¿porqué en las anteriores no ponían “rojo” y “amarillo”? ah, misterio…
  4. Caucásico: Nuestro diccionario define el término como “Se dice de la raza blanca o indoeuropea, por suponerla oriunda del Cáucaso”. Señores, señoras y señoritas, presten gran atención. La mayoría de ustedes deberían escoger esta opción, y si no lo hacen, mal, muy mal.
  5. Natural de la India: Ajá, aquí la precisión en su grado máximo, no vaya a ser que si ponen “Indio” nos hagamos un lío con la opción número uno. Los Pakistaníes y otros países vecinos que se chinchen. Aunque quien haya estado por la India en toda su amplitud, habrá visto que “Naturales de la India” los hay en sus versiones rojas, amarillas y negras, pero no habrán querido afinar tanto.
  6. Hispano: Atención aquí también. Esta pregunta tiene trampa. Los originarios colonos anglosajones de la América del norte tenían la fea costumbre de, tras copular con las indígenas, apiolarlas para no dejar rastro de su barbarie. Tan sólo los escasos descendientes enmarcados en la opción 1 se salvaron. Diferentes fueron los originarios colonos ibéricos de la América central y del sur, que no sólo prodigaron la fe y los valores de turno por el vasto nuevo continente, si no también sus insaciables espermatozoides. Y además, se quedaban encantados de la vida con sus muevas amistades, encontrando un desperdicio las feas costumbres de sus homólogos conquistadores de la parte norte. Por tanto, distingan bien si su parentesco está mas relacionado con esta opción o con la número 4 en la que también he requerido de su especial atención.
  7. Del Medio Oriente: Ni lejano ni cercano, si no que bien justito en el medio. Nada, no se dejen engañar por sutilezas. Aquí lo que preguntan es si eres un putomoro. Punto pelota.
  8. Varias: Aquí la respuesta es obvia. Si tienes diferentes colores, o diferentes abuelos, o no los conociste ni sabes de que color eran, o sabes que eran de colores diferentes, o una combinación de varias de las opciones anteriores, esta es su opción. Márquela sin dudarlo.
  9. Otras: Si no es ninguna de las opciones anteriores, es de color verde, en vez de nariz y orejas tiene trompetillas, y su vehículo habitual te permite viajar a varios años luz, esta es la opción que debe escoger.

Espero poder haber aclarado las dudas y que este humilde blog les ilumine en su próximo viaje allende nuestras fronteras.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Sit!

En la comida dominical de cada domingo (por eso es dominical), me contaba mi madre una peripecia de unas amigas suyas. Éstas, tres viudas septuagenarias, decidieron irse a Nueva York para hacer las compras de Navidad. Son señoras de bien, de esas que se casaron con maridos adinerados que trabajaron mucho durante su vida para poder espicharla pronto y dejar que sus parientas tuvieran la ocasión de patearse la fortuna mediante una divertida y prolongada viudedad. Además es habitual en este tipo de mujeres que, tras un tiempo apenadas por el finado, el cambio de estado civil parezca rejuvenecerles y no dudan en recuperar el tiempo perdido.

Eligieron ir a Nueva York por aquello de que el dólar está por los suelos y poder practicar el "gifmitú", término por el cual los agradecidos mercaderes de las tiendas de la quinta avenida identifican a los derrochadores clientes españoles que acuden ansiosos cada ciclo que el dólar está barato. No era esta la primera vez que pisaban tierras americanas, pero si la primera que iban solas.

Como no podía ser menos, las tres señora se alojaron en el Plaza. Una tarde, llegaron al hotel cargadas de bolsas tras su largo periplo por la gran manzana, de tienda en tienda, como el juego de la oca. Llamaron al ascensor, entraron y picaron el indicador de su planta.


Cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, una mano se interpuso entre las puertas y éstas volvieron a abrirse. Al pronto entró en el ascensor un enorme gigante negro, calvo, con un brillante aro en su oreja izquierda, unas grandes gafas de sol tan oscuras como él y acompañado de dos Doberman.

Ellas, malacostumbradas, soltaron un tímido "jelou", ignorantes de que en los EEUU la gente jamás se saluda en los ascensores. El enorme gigante negro, sin pronunciar palabra, picó su número de piso y se volvió de espaldas a la tres señoras de cara hacia las puertas del ascensor. La tres señoras, atemorizadas ante la imponente figura, se arrinconaban en la parte trasera, mientras que el enorme gigante negro y su dos canes ocupaban todo el resto del ascensor, ya de por sí bastante grande.

El ascensor comenzó a subir en medio de un silencio sepulcral. De repente, sin mediar aviso, el enorme gigante negro, con su gran vozarrón, gritó:

¡SIT!

Ambos perros, obedientes, se sentaron a ambos lados de su amo. Y así permanecieron hasta llegar al piso del enorme gigante negro.

Los perros salieron primero y el enorme gigante negro, al salir, ladeó levemente su cabeza el tiempo suficiente para percatarse que las tres septuagenarias, permanecían aún, obedientes y
temerosas, sentadas en el suelo del ascensor. Alguna de ellas contaría después que le pareció advertir una leve sonrisa en la cara del enorme gigante negro. Pero ninguna de ellas, con sus posaderas en el suelo del ascensor en medio de sus compras podía advertirlo con claridad.

Al día siguiente bajaron a desayunar. Cuando se dirigían al salón del desayuno, el maitre se apresuró hacia ellas para dirigirlas a una mesa especialmente bien dispuesta. En ella se disponían todo tipo de suculentos manjares, desde el más refinado caviar y Champagne, hasta todo tipo de zumos, pasteles y bollos. En medio de la mesa, una tarjeta les saludaba:

Con mis mejores deseos:
Michael Jordan