
Nacho no tenía Vespa, pero si que tenía un vecino que tenía Vespa. Como el vecino estaba de viaje, la tomó prestada durante ese día, convencido que tan magna causa justificaba no esperar el beneplácito de su propietario.
Decidió iniciar la primera lección en un circuito de motocross con el fin de disipar cualquier duda de que la Vespa era una moto diseñada para circular exclusivamente en entorno urbano. Nos acercamos a un circuito que estaba en las afueras de Barcelona. El circuito era una pista de arena con todo tipo de baches, desniveles y obstáculos diseñados para carreras de motos preparadas para este tipo de espectáculos. Rodamos por la pista sorteando los cientos de baches y trampas como pudimos hasta llegar a un obstáculo que a mi me pareció infranqueable. Era como una enorme "U" que bajaba en picado unos 10 metros y volvía a a subir casi como una pared. Al ver mi cara de pasmo, Nacho hinchó su pecho, arqueó una ceja y levantando el índice de su mano derecha exclamó "Atravesar este obstáculo requiere pericia y gran valor. Tu crees que en la bajada hay que frenar; todo lo contrario, debes acelerar al máximo para poder remontar la subida. Observa." Antes de que pudiera evitarlo, aceleró su vespa al máximo, engranó la primera marcha y se lanzó abismo abajo. La moto, sobrerevolucionada, daba la sensación de que le iba a salir el cilindro disparado por el tubo de escape. Llegó abajo y se encaramó hacia la subida. Los primeros cinco metros de ascensión fueron bien aprovechando la velocidad ganada en el descenso. A partir de ese punto, las revoluciones del motor comenzaron a descender peligrosamente, al igual que la velocidad, momento en el que Nacho decidió ayudarse con los pies. Cuando parecía que iba a lograrlo, a poco menos de un metro de alcanzar la cima, el motor, exhausto, se caló. Recuerdo aquel momento como una película a cámara lenta. Para evitar ser arrastrado hacia el fondo, Nacho clavó el freno trasero. Craso error. Me miró fijamente mientras la rueda delantera comenzaba a levantarse y pivotar sobre la trasera. He de reconocer mostró gran valor ya que en ningún momento soltó la moto, mientras persona y máquina rodaban hacia abajo como una enorme rueda. Ahora Nacho arriba y moto abajo, luego moto arriba y Nacho abajo y así sucesivamente... El espectáculo acabó en una enorme polvareda en el fondo del obstáculo. Bajé como pude para comprobar daños. Nacho, completamente empolvado de tierra, no parecía haberse roto demasiado, diversas contusiones y algunos rasguños que sangraban levemente. Varios rotos deslucían su chaqueta de cuero negro y pantalones. Peor parada salió la Vespa de su vecino. La chapa estaba completamente abollada, el retrovisor había desaparecido, las manecillas del embrague y freno delantero estaban retorcidas y el sillín tenía varios desgarros por los cuales asomaba la goma espuma. Tardamos casi una hora en sacar la vespa de ese agujero. Hay que ver lo que pesa un moto cuando hay que moverla a pulso. La lección fue convincente. Desde entonces no albergo ninguna duda del uso exclusivamente urbano de la Vespa.
La segunda lección versó sobre el dominio del derrape. Al tener las ruedas pequeñas, era muy habitual que la rueda trasera se bloqueara al aplicar el freno. Lejos de ser un inconveniente, Nacho estaba convencido que era una ventaja: "Derrapar es un arte del que no puedes fiarte, pero con su dominio no sólo es divertido si no que le sacas partido a la conducción", dixit. Decidió que el entorno de pruebas sería en la zona alta de Barcelona, unas calles pequeñas y poco transitadas del barrio de Pedrables. Seleccionó una calle estrecha con una bajada pronunciada de unos cincuenta metros. Al final de la misma había una acera de no más de un metro y un enorme muro que protegía el jardín de una regia mansión. La calle torcía a la izquierda bruscamente en un codo de 90 grados. La lección consistía en acelerar al máximo y unos metros antes, clavar el freno trasero para hacer derrapar la rueda trasera, tal que que al llegar al final de calle la moto estuviera encarada hacia la izquierda y así, dando un golpe de gas, tomar el codo de una forma elegante.
La teoría era fantástica y a la par antagónica con todos los teoremas de la física conocidos. Pero valía la pena observar empíricamente los resultados. Nacho se lanzó cuesta abajo a toda velocidad. Diez metros antes del final de la calle, clavó el freno. Siguiendo su plan, la rueda bloqueada comenzó a derrapar hacia la derecha, chirriando y expeliendo un humo blanco con hedor a goma quemada. Tal como predijo, comenzó a encarar el codo hacia la izquierda. Cuando casi estaba enfocado hacia la calle, súbitamente la vespa le hizo un latigazo y violentamente volvió a recuperar la dirección inicial, directo hacia el muro del final de la calle. Se encaramó al bordillo de la acera golpeando el cárter de la vespa, lo que encabritó la moto como a un potro salvaje que lanzó a Nacho hacia adelante contra el muro. Su cuerpo permaneció pegado al muro, como quien chafa una mosca de un zapatillazo. Al poco se fue deslizando lentamente por el muro hasta yacer en la acera. Al llegar junto a él, un charco de aceite negruzco proveniente del cárter agujereado de la Vespa invadía la acera, sorteado por unos requeritos de color rojo intenso, provenientes de las aplastadas fosas nasales del bravo piloto. Con el brillo del sol, la combinación roja y negra de la enorme mancha en la acera dibujaba un cuadro abstracto bastante original y atractivo. Su nariz se hinchaba groseramente a ojos vista por efectos del golpe y dos regueros de sangre que emanaban imparables de su inflada napia manchaban su camisa y pantalones. A pesar de su lamentable estado, no perdió su dignidad. Logró levantarse, arquear su ceja y erguir el índice de su mano derecha para sentenciar "Observa la dificultad de derrapar con un asfalto demasiado seco". Gracias a que la Vespa del vecino ya estaba completamente abollada del percance anterior, esta vez sólo inventarié unas largas rascadas de color blanquecino por ambos costados, efecto del asfalto sobre la otrora lustrosa pintura de la moto y el cárter agujereado, sin gota de aceite.
Continuamos nuestro periplo. He de reconocer que la mecánica de antes era mucho mejor que la de ahora, ya que la Vespa del vecino de Nacho, sin gota de aceite, seguía funcionando como si tal cosa. Lejos de tomar una reflexiva pausa, y lacerado por las últimas contusiones, Nacho decidió que la tercera lección versaría sobre los peligros de los raíles de los tranvías. Para practicar fuimos a la avenida del Tibidabo, donde aún hoy en día circula el "Tramvía Blau" un servicio de transporte de poco más de un kilómetro que llega hasta el pie del funicular del Tibidabo. Aunque por aquel entonces era el único tranvía en funcionamiento, en Barcelona había multitud de calles que aún conservaban estas trampas para motociclistas. El día comenzaba a estropearse y una ligera lluvia comenzaba a mojar el asfalto. Llegamos hasta el pié de funicular e iniciamos el descenso por la amplia avenida. Por el centro de la calzada el acero de las vías brillaba amenazador. Nacho se adelantó y con esa particular habilidad de circular mirando hacia atrás para poder darme su lección magistral, volvió a arquear su ceja y erguir su dedo índice derecho, signo evidente de que iba dictar sentencia. Pero no pudo. La rueda delantera de su Vespa pisó la vía e inmediatamente patinó haciendo perder el equilibrio al piloto y su montura. Al no poder anticipar el tortazo, por esa manía de estar mirando hacia atrás, no pudo protegerse de la caída. Aunque circulábamos despacio, en la caída la vespa le pilló la mano, dejándole tres dedos a la virulé. El pobrecillo estaba hecho un cristo. La lluvia diluía el polvo y arena del rebozado, fruto del tortazo en el circuito de motocross, marcándole unos churretes marrones por toda la cara. La sangre de la nariz no había parado de brotar y empapaba toda su ropa. Y la caída por el raíl en el asfalto mojado había completado el aspecto dantesco de mi desafortunado amigo. La moto estaba tan magullada que ya no venía de un tortazo mas.
Decidí que nos fuéramos a mi casa a curarle las heridas, ya que el tiempo empeoraba y con esta excusa poder dar por finalizada tan instructiva lección. Por suerte la herida fue la mano derecha, pues con la izquierda había que apretar la manilla del embrague de la moto. Así que que duras penas nos encaminamos hacia mi casa. Bajábamos por la Vía Augusta hasta llegar al cruce con la calle Calvet. La amplitud de ambas calles invitaba a tomar una curva amplia a gran velocidad. Aunque no fue una lección anunciada, también aprendí una cosa más. Nacho se lanzó a gran velocidad para girar por la calle Calvet. Inclinó su moto tal y como hacen los pilotos de un gran premio, hasta que la chapa inferior de la Vespa topó con el asfalto, provocando una enorme lluvia de chispas y la pérdida de tracción de la rueda delantera. La Vespa salió despedida rodando como una peonza calle Calvet abajo. Por su parte, Nacho salió por la tangente deslizándose a toda velocidad por el asfalto mojado, hasta acabar empotrado debajo de un coche aparcado en la acera. Aparqué rápidamente mi Vespa y me dirigí al coche de cuyo inferior se ecuchaban las maldiciones del piloto siniestrado. Yo no pude contenerme más y exploté a risotadas. Para acabarlo de remediar, Nacho logró salir de su aprisionamiento y erquirse. A los churretes de barro, la sangre reseca por toda su vestimenta desgarrada, se añadió a su particular maquillaje toda la negrura grasienta que el bajo de un coche es capaz de acumular. Lo que no fue óbice para que, mirándome fijamente, arqueara una ceja, e irguiera una especie de salchicha en la que se había convertido su dedo índice derecho para sentenciar "Habrás deducido que no debes inclinarte demasiado para tomar una curva". O algo parecido, pues por aquel entonces yo estaba revolcándome por el suelo llorando de risa.
Logramos llegar a casa para lavar y curar las mútiples heridas, tras lo cual, Nacho se marchó. He de reconocer que aquel día aprendí mucho sobre la conducción en Vespa, y mi gratitud perdura hasta hoy en día. Nunca logré saber que sucedió cuando el vecino volvió de su viaje y bajó al garaje a buscar su Vespa.