miércoles, 19 de septiembre de 2007

Lección Magistral

La desolación invadía cada minuto de mi vida. Tras el robo de la vespino ya no era el mismo. Era como un pájaro enjaulado, un pez en una pecera. No me apetecía salir con mis amigos, ni al cine... en realidad no me apetecía hacer nada. Aproveché la Semana Santa para sacarme el carnet de conducción de motos, aunque sólo fuera para mantener vivo el recuerdo de un tiempo mejor. Tal estado de abatimiento causó mella parental hasta el punto que impulsó a mis padres a comprarme una vespa. El día que fuimos a la tienda a encargarla estaba tan nervioso que al firmar los papeles, firmé con la la misma rúbrica de mi padre que utilizaba para firmar los falsos partes de enfermedad para el colegio cuando hacía novillos. Gracias a que mi padre era una persona que evitaba en lo posible el escándalo ante extraños, disimuló malamente no haberse dado cuenta, a la par que el empleado de la tienda bizqueaba intentando distinguir ambas firmas.

La moto era el modelo Vespa Primavera de 75cc. Tenía cuatro marchas que se cambiaban con el mango izquierdo a la par que apretabas la palanca de embrague. El día anterior a la entrega de la moto ya matriculada, le comenté la buena nueva a Nacho, uno de mis amigos del colegio. Fui advertido por él que ir en Vespa no era como ir en moto. La Vespa tenía las ruedas pequeñitas y el motor en el lateral trasero. El conjunto hacía de esta máquina un conjunto un tanto inestable del que se precisaba una cierta práctica para su conducción. Nacho se ofreció el día siguiente para darme una lección acelerada de conducción de Vespa. Para ello planificamos hacer un día completo de novillos y dedicarlo a tan importante cometido. Sin ningún escrúpulo, pues también era un día de instrucción y aprendizaje, lo que aliviaba nuestras conciencias.

Nacho no tenía Vespa, pero si que tenía un vecino que tenía Vespa. Como el vecino estaba de viaje, la tomó prestada durante ese día, convencido que tan magna causa justificaba no esperar el beneplácito de su propietario.

Decidió iniciar la primera lección en un circuito de motocross con el fin de disipar cualquier duda de que la Vespa era una moto diseñada para circular exclusivamente en entorno urbano. Nos acercamos a un circuito que estaba en las afueras de Barcelona. El circuito era una pista de arena con todo tipo de baches, desniveles y obstáculos diseñados para carreras de motos preparadas para este tipo de espectáculos. Rodamos por la pista sorteando los cientos de baches y trampas como pudimos hasta llegar a un obstáculo que a mi me pareció infranqueable. Era como una enorme "U" que bajaba en picado unos 10 metros y volvía a a subir casi como una pared. Al ver mi cara de pasmo, Nacho hinchó su pecho, arqueó una ceja y levantando el índice de su mano derecha exclamó "Atravesar este obstáculo requiere pericia y gran valor. Tu crees que en la bajada hay que frenar; todo lo contrario, debes acelerar al máximo para poder remontar la subida. Observa." Antes de que pudiera evitarlo, aceleró su vespa al máximo, engranó la primera marcha y se lanzó abismo abajo. La moto, sobrerevolucionada, daba la sensación de que le iba a salir el cilindro disparado por el tubo de escape. Llegó abajo y se encaramó hacia la subida. Los primeros cinco metros de ascensión fueron bien aprovechando la velocidad ganada en el descenso. A partir de ese punto, las revoluciones del motor comenzaron a descender peligrosamente, al igual que la velocidad, momento en el que Nacho decidió ayudarse con los pies. Cuando parecía que iba a lograrlo, a poco menos de un metro de alcanzar la cima, el motor, exhausto, se caló. Recuerdo aquel momento como una película a cámara lenta. Para evitar ser arrastrado hacia el fondo, Nacho clavó el freno trasero. Craso error. Me miró fijamente mientras la rueda delantera comenzaba a levantarse y pivotar sobre la trasera. He de reconocer mostró gran valor ya que en ningún momento soltó la moto, mientras persona y máquina rodaban hacia abajo como una enorme rueda. Ahora Nacho arriba y moto abajo, luego moto arriba y Nacho abajo y así sucesivamente... El espectáculo acabó en una enorme polvareda en el fondo del obstáculo. Bajé como pude para comprobar daños. Nacho, completamente empolvado de tierra, no parecía haberse roto demasiado, diversas contusiones y algunos rasguños que sangraban levemente. Varios rotos deslucían su chaqueta de cuero negro y pantalones. Peor parada salió la Vespa de su vecino. La chapa estaba completamente abollada, el retrovisor había desaparecido, las manecillas del embrague y freno delantero estaban retorcidas y el sillín tenía varios desgarros por los cuales asomaba la goma espuma. Tardamos casi una hora en sacar la vespa de ese agujero. Hay que ver lo que pesa un moto cuando hay que moverla a pulso. La lección fue convincente. Desde entonces no albergo ninguna duda del uso exclusivamente urbano de la Vespa.

La segunda lección versó sobre el dominio del derrape. Al tener las ruedas pequeñas, era muy habitual que la rueda trasera se bloqueara al aplicar el freno. Lejos de ser un inconveniente, Nacho estaba convencido que era una ventaja: "Derrapar es un arte del que no puedes fiarte, pero con su dominio no sólo es divertido si no que le sacas partido a la conducción", dixit. Decidió que el entorno de pruebas sería en la zona alta de Barcelona, unas calles pequeñas y poco transitadas del barrio de Pedrables. Seleccionó una calle estrecha con una bajada pronunciada de unos cincuenta metros. Al final de la misma había una acera de no más de un metro y un enorme muro que protegía el jardín de una regia mansión. La calle torcía a la izquierda bruscamente en un codo de 90 grados. La lección consistía en acelerar al máximo y unos metros antes, clavar el freno trasero para hacer derrapar la rueda trasera, tal que que al llegar al final de calle la moto estuviera encarada hacia la izquierda y así, dando un golpe de gas, tomar el codo de una forma elegante.
La teoría era fantástica y a la par antagónica con todos los teoremas de la física conocidos. Pero valía la pena observar empíricamente los resultados. Nacho se lanzó cuesta abajo a toda velocidad. Diez metros antes del final de la calle, clavó el freno. Siguiendo su plan, la rueda bloqueada comenzó a derrapar hacia la derecha, chirriando y expeliendo un humo blanco con hedor a goma quemada. Tal como predijo, comenzó a encarar el codo hacia la izquierda. Cuando casi estaba enfocado hacia la calle, súbitamente la vespa le hizo un latigazo y violentamente volvió a recuperar la dirección inicial, directo hacia el muro del final de la calle. Se encaramó al bordillo de la acera golpeando el cárter de la vespa, lo que encabritó la moto como a un potro salvaje que lanzó a Nacho hacia adelante contra el muro. Su cuerpo permaneció pegado al muro, como quien chafa una mosca de un zapatillazo. Al poco se fue deslizando lentamente por el muro hasta yacer en la acera. Al llegar junto a él, un charco de aceite negruzco proveniente del cárter agujereado de la Vespa invadía la acera, sorteado por unos requeritos de color rojo intenso, provenientes de las aplastadas fosas nasales del bravo piloto. Con el brillo del sol, la combinación roja y negra de la enorme mancha en la acera dibujaba un cuadro abstracto bastante original y atractivo. Su nariz se hinchaba groseramente a ojos vista por efectos del golpe y dos regueros de sangre que emanaban imparables de su inflada napia manchaban su camisa y pantalones. A pesar de su lamentable estado, no perdió su dignidad. Logró levantarse, arquear su ceja y erguir el índice de su mano derecha para sentenciar "Observa la dificultad de derrapar con un asfalto demasiado seco". Gracias a que la Vespa del vecino ya estaba completamente abollada del percance anterior, esta vez sólo inventarié unas largas rascadas de color blanquecino por ambos costados, efecto del asfalto sobre la otrora lustrosa pintura de la moto y el cárter agujereado, sin gota de aceite.

Continuamos nuestro periplo. He de reconocer que la mecánica de antes era mucho mejor que la de ahora, ya que la Vespa del vecino de Nacho, sin gota de aceite, seguía funcionando como si tal cosa. Lejos de tomar una reflexiva pausa, y lacerado por las últimas contusiones, Nacho decidió que la tercera lección versaría sobre los peligros de los raíles de los tranvías. Para practicar fuimos a la avenida del Tibidabo, donde aún hoy en día circula el "Tramvía Blau" un servicio de transporte de poco más de un kilómetro que llega hasta el pie del funicular del Tibidabo. Aunque por aquel entonces era el único tranvía en funcionamiento, en Barcelona había multitud de calles que aún conservaban estas trampas para motociclistas. El día comenzaba a estropearse y una ligera lluvia comenzaba a mojar el asfalto. Llegamos hasta el pié de funicular e iniciamos el descenso por la amplia avenida. Por el centro de la calzada el acero de las vías brillaba amenazador. Nacho se adelantó y con esa particular habilidad de circular mirando hacia atrás para poder darme su lección magistral, volvió a arquear su ceja y erguir su dedo índice derecho, signo evidente de que iba dictar sentencia. Pero no pudo. La rueda delantera de su Vespa pisó la vía e inmediatamente patinó haciendo perder el equilibrio al piloto y su montura. Al no poder anticipar el tortazo, por esa manía de estar mirando hacia atrás, no pudo protegerse de la caída. Aunque circulábamos despacio, en la caída la vespa le pilló la mano, dejándole tres dedos a la virulé. El pobrecillo estaba hecho un cristo. La lluvia diluía el polvo y arena del rebozado, fruto del tortazo en el circuito de motocross, marcándole unos churretes marrones por toda la cara. La sangre de la nariz no había parado de brotar y empapaba toda su ropa. Y la caída por el raíl en el asfalto mojado había completado el aspecto dantesco de mi desafortunado amigo. La moto estaba tan magullada que ya no venía de un tortazo mas.

Decidí que nos fuéramos a mi casa a curarle las heridas, ya que el tiempo empeoraba y con esta excusa poder dar por finalizada tan instructiva lección. Por suerte la herida fue la mano derecha, pues con la izquierda había que apretar la manilla del embrague de la moto. Así que que duras penas nos encaminamos hacia mi casa. Bajábamos por la Vía Augusta hasta llegar al cruce con la calle Calvet. La amplitud de ambas calles invitaba a tomar una curva amplia a gran velocidad. Aunque no fue una lección anunciada, también aprendí una cosa más. Nacho se lanzó a gran velocidad para girar por la calle Calvet. Inclinó su moto tal y como hacen los pilotos de un gran premio, hasta que la chapa inferior de la Vespa topó con el asfalto, provocando una enorme lluvia de chispas y la pérdida de tracción de la rueda delantera. La Vespa salió despedida rodando como una peonza calle Calvet abajo. Por su parte, Nacho salió por la tangente deslizándose a toda velocidad por el asfalto mojado, hasta acabar empotrado debajo de un coche aparcado en la acera. Aparqué rápidamente mi Vespa y me dirigí al coche de cuyo inferior se ecuchaban las maldiciones del piloto siniestrado. Yo no pude contenerme más y exploté a risotadas. Para acabarlo de remediar, Nacho logró salir de su aprisionamiento y erquirse. A los churretes de barro, la sangre reseca por toda su vestimenta desgarrada, se añadió a su particular maquillaje toda la negrura grasienta que el bajo de un coche es capaz de acumular. Lo que no fue óbice para que, mirándome fijamente, arqueara una ceja, e irguiera una especie de salchicha en la que se había convertido su dedo índice derecho para sentenciar "Habrás deducido que no debes inclinarte demasiado para tomar una curva". O algo parecido, pues por aquel entonces yo estaba revolcándome por el suelo llorando de risa.

Logramos llegar a casa para lavar y curar las mútiples heridas, tras lo cual, Nacho se marchó. He de reconocer que aquel día aprendí mucho sobre la conducción en Vespa, y mi gratitud perdura hasta hoy en día. Nunca logré saber que sucedió cuando el vecino volvió de su viaje y bajó al garaje a buscar su Vespa.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Mi vespino colorada

Antes ir en moto era otra cosa. ¡Ahhhh que tiempos aquellos! Con catorce años recién cumplidos me saqué la licencia para ciclomotor, que no requería examen de ningún tipo. Un puro trámite administrativo. Con eso ya se podía circular sin necesidad de conocer las señales de tráfico, seguridad vial, mecánica ni toda la parafernalia que hoy en día convierten en un infierno la obtención del carnet de conducir. Así que aproveché esta estupidez legal para poder disfrutar de mi primer instrumento hacia la independencia.

Logré convencer a mi madre para que me prestara un viejo vespino que le tocó en una tómbola muchos años atrás. Aunque era una antigualla, a mi me parecía maravillosa. A mi padre no le hacía mucha gracia, por lo que me dijo que el mantenimiento de la moto corría por mi cuenta sin aumento de la asignación semanal (que poco más que me daba para pagar el autobús, el metro y el cine algún que otro fin de semana).

Que maravilla, circular por la Barcelona de entonces, notar el viento en la cara -no existía la obligación de llevar casco-, evitar los atascos serpenteando entre los coches parados y poder aparcar donde te venía en gana. Acorté el trayecto de mi casa al cole de 40 minutos de tedioso autobús y metro a tan sólo 15 minutos. Y además entré a formar parte de los elegidos del cole que disponíamos de nuestra propia moto, lo que entonces era una distinción significativa entre los compañeros de clase.


Hiciera frío o calor, sol o lluvia circulaba siempre en mi vespino colorada. Pero la pobre motocicleta estaba un tanto tronada, y la pobrecilla de vez en cuando me gastaba alguna que otra perrería. En un trayecto, perdí la tapa de la cajita de herramientas. Lo peor del caso es que dentro de la cajita tenía los papeles de la moto y del seguro que, naturalmente, desaparecieron. Como me temía que si se lo decía a mis padres me me prohibirían circular -es que hay que ver lo exigentes que son algunos padres- callé como un muerto. Al no decirlo, tampoco podía volver a solicitar los papeles, pues yo no era el titular. Así que imbuído en este estúpido círculo vicioso, opté por por lo más sensato que uno a los catorce años puede ser; es decir, no hacer nada y seguir circulando la mar de contento.

Al cabo de un tiempo, cogí uno e los tantos baches que hicieron famoso al otrora alcalde de Barcelona, costumbre que han ido heredando los siguientes, de tal guisa que el faro salió disparado haciéndose añicos. Haciendo acopio de mis dotes mecánicas, y a la vista del coste de un faro nuevo, opté por atar con una cuerda una linterna. Una de esas cuadradas que funcionada con una pila grandota también cuadrada. Ahora ya no se ven, ni las pilas ni las linternas de este tipo. El resultado era aceptable, teniendo en cuenta que Barcelona nunca estaba a oscuras del todo -los apagones de Barcelona es un invento que vino mucho después-. Estéticamente era bastante repulsivo, no porque el agujero que dejaba la ausencia del faro en el manillar era horrendo, si no porque la linterna era de un color verde pistacho que se daba de patadas con el rojo de la vespino.


El siguiente percance, fue una cuestión de falta de presupuesto para un correcto mantenimiento. Como suele pasar con las cosas que se gastan, un día se me gastaron las pastillas de freno. Gran dilema. A mi padre ni se me ocurría pedirle un préstamo para el mecánico, cosa que estaba esperando para extorsionarme y clausurarme la vespino. Pero el ingenio siempre se agudiza en las situaciones más críticas. La solución empleada fue la de calzar mis chirucas. Para los que no fueron jóvenes en los 70, les aclararé que las chirucas era el calzado agro-cinegético por autonomasia de la época. Eran unas botas de lona marrón que llegaban a la altura de los tobillos y que tenían una suela de goma muy gorda. Así que mis chirucas se convirtieron en el freno auxiliar de mi vespino. Era un engorro tener que ir todo el día con esas horrendas botas, sobre todo en verano. Pero eso era mejor que estamparme en cualquier semáforo.


No he encontrado fotos de las auténticas
chirucas de los 70. La de la foto no es un
simple freno, ¡es como tener ABS y EPS!

Mi fashion-kit motero, era pintoresco, sobre todo en invierno. En la cabeza me ponía un gorrito de lana con pom-pom que utilizaba para esquiar -siempre me han gustado los pom-pones, que se le va a hacer-. En las manos unos guantes de cuero marrones que me regalaron unos reyes. El cuerpo lo protegía con un abrigo loden de color verde botella que me llegaba hasta los tobillos. Y mis frenos-chiruca completaban el kit. Todo ello unido a la vespino colorada, sin faro, con una linterna verde colgando de una cuerda, sin frenos, ni papeles, ni matrícula, hacían un cuadro que cuando me acuerdo me troncho de mi mismo.


Sólo un día tuve un pequeño percance con la autoridad. Un mediodía, algunos compañeros decidimos no comer en el colegio, e ir a tomar unas bravas al bar Tomás de Sarriá -la mejores bravas de Barcelona, vive Dios!-. Como no todos tenían moto, uno de mis compañeros se subió de paquete en mi vespino, cosa no permitida ni aún hoy en día. Bajábamos por la calle Anglí, cuando una patrulla de la guardia urbana se nos cruzó y nos dio el alto. Eran un par de agentes. El más joven se acercó y comenzó a pedir documentación, papeles, etc. Fue la primera vez que me paró la policía. Yo estaba ruborizado y asustado. Comencé a explicarle la mala suerte que tuve al perder la tapa de la cajita, donde estaba la matrícula y los papeles. Al agente mis argumentos parecían importarle un rábano -estaba bien entrenado- y se limitaba a amenazarme con clausurarme la moto ahí mismo y llevarla al depósito. El otro agente, un veterano cincuentón, callaba y daba vueltas alrededor de la vespino con sumo interés, a la vez que rascaba la barbilla pensativo. Tras varias vueltas, y una bronca monumental del otro agente, se postró frente a mi con la mirada alternándola entre el agujero del faro y la linterna cuadrada pistacho colgada, sin mediar palabra. Yo debía tener una cara de pena peor que la del Gato con botas de Schrek, porque finalmente el agente veterano le dijoa su compañero: "pero mira, si ni siquiera tiene para un faro. Anda déjales ir ¡Y que tu amigo no se vuelva a montar hasta que no os veamos" -instrucción que seguimos al pie de la letra-.

Disfruté de la vespino un par de años. Hasta que un día me la robaron. En la farola donde solía encadenar la vespino, sólo encontré la cadena cortada por un cortafríos...

martes, 11 de septiembre de 2007

Viva Sant Jordi

Las fiestas son geniales, ya que no hay que ir a trabajar. Si además, cae en martes y puedes coger un puente, el día de fiesta se transforma en cuatro días, que dan bastante de si. Pero como casi todo el mundo suele hacer fiesta los días de fiesta y puente cuando cae en martes, se va el plan abajo, ya que todos aprovechan para hacer el mismo viaje e ir a los mismos sitios que has pensado. Por lo que lo más sensato es quedarse en casa y jugar al golf.

Resulta paradójico que Cataluña, que tiene una de las fiestas más hermosas del mundo, el 23 de abril, el día de Sant Jordi (San Jorge), el día en que se regalan rosas y libros, no haya sido escogido como la fiesta por autonomasia de Cataluña. Vamos, que ni tan siquiera es un día festivo. En su lugar escogen el día de una batalla por la sucesión monárquica del reino de España. Resulta estremecedor ver la de tonterías que se llegan a escuchar acerca de esta efeméride. Ya que es día 11, ahí van 11 puntos sobre los hechos:

1- Al morir el último de los Habsburgos, Carlos II el Hechizado, una piltrafa de rey y de persona, se inicia en 1700 la Guerra de Sucesión Española. Dicen las crónicas que al morir, con tan sólo 38 años, al rey sólo le quedaba un testículo y negro como el carbón. Así se explica que no tuviera descendencia. Antes de espichar nombró sucesor a Felipe de Borbón, Duque de Anjou, segundo vástago del rey francés Luis XIV, con la vana esperanza de conservar íntegro el imperio.

2- El emperador de Austria, Leopoldo I, y el rey de Francia, Luis XIV, estaban casados con Infantas de España y pretendieron sus derechos sucesorios. Fue el momento ideal para desmembrar el imperio español, para lo cual trajinan el Primer Tratado de Partición, pactando como sucesor y por ello, Príncipe de Asturias y de los restos del Imperio a José Fernando de Baviera, ante la cierta expectativa de que Carlos II y su huevo moreno no dejará descendencia.
Cosas de la historia que cuando todo parecía atado y bien atado, José Fernando de Baviera tuvo la tonta ocurrencia de morirse antes que Carlos II, echando al traste los malévolos planes de las otras potencias europeas. Así que deprisa y corriendo pactan el Segundo Tratado de Partición. En él Leopoldo opta por imponer como sucesor al trono al Archiduque Carlos, con el beneplácito del resto de potencias menos los gabachos. Luis XIV es más rápido y logra que Felipe se proclame rey: Felipe V.

3- Europa, a excepción de Leopoldo I, reconoce a Felipe V como legítimo rey de España bajo la promesa de que los reinos de España y Francia se mantendrán separados. Leopoldo I desentierra el hacha de guerra y se da cuenta que le sale más rentable recuperar los territorios europeos españoles a mamporros. Así se inicia una guerra en toda europa, como sólo los europeos la saben hacer, que durará hasta 1713.

4- En España no quieren quedarse al margen. Así que la mayoría de territorios de la Corona de Aragón, pacta un mantenimiento de los derechos oligárquicos de la jerarquía dominante con los austracistas, y proclaman su apoyo al candidato de Leopoldo I, el Archiduque Carlos. Se suceden los mamporros, esta vez en la península, y el archiduque llega a Madrid el 29 de junio de 1706 donde es proclamado rey: Carlos VI
del Sacro Imperio Romano Germánico.

5- Pero lo que son las cosas, que Castellanos y Extremeños encuentran mas simpático al gabacho y forman ejércitos voluntarios que complican las cosas a Carlos VI. Se suceden un sinfín de tortazos en toda europa, hasta que se cansan y las coronas europeas comienzan a zanjar sus diferencias una vez tomadas las posesiones españolas en europa y deciden que las tortas se limiten únicamente a la península ibérica.

6- Por suerte las guerras cuestan mucho dinero y tantos años pagando las soldadas agota a cualquiera, Así que al final ganan los partidarios del gabacho a cambio que los reyes de Francia y España renuncien a sus derechos respectivos sobre los otros reinos. El fin de las hostilidades se cierra con la Paz de Utrecht el 11 de abril de 1713, por la cual España se queda sólo con los territorios peninsulares y de ultramar. Y un rey gabacho.

7- Los territorios de la Corona de Aragón partidarios de Carlos VI se quedan sin apoyo europeo. Lo matizo así ex profeso ya que algunos territorios catalanes como el
Valle de Arán, Vic y Cervera, o aragoneses como Tarazona y Jaca se mantuvieron fieles a la causa de Felipe V. Así las cosas, manda un ejército para someter los territorios insurrectos.

8- Cataluña se gobernada con tres instituciones: El Consejo de Ciento que regía la ciudad de Barcelona, la Diputación General o Generalidad, de atribuciones tributarias principalmente, y la Junta de Brazos, formada por componentes de los tres estamentos clásicos y un carácter mas popular. Por aquellas fechas, Rafael de Casanova era el Conseller en Cap de la Diputación General. La Junta de Brazos optó por mantener una defensa a ultranza de la plaza de Barcelona, y para ello movilizó a la milicia ciudadana, de la que Casanova era su Coronel jefe.

9- Tras unos infructuosos intentos de negociación y varios meses de asedio de la ciudad de Barcelona, el 11 de septiembre de 1714 se ordena el bombardeo y toma de la ciudad. Cuenta la leyenda que Rafael de Casanova murió heróicamente en plena batalla, ondeando la enseña de Santa Eulalia (que se utlizaba únicamente en situaciones de extremo peligro).


10- Lo cierto es que Rafael de Casanova era un españolista a ultranza. Nunca hizo causa alguna de Cataluña. Hijo de acaudalada familia, se licenció en derecho y ocupó diversos cargos políticos reservados a la oligarquía predominante. El 11 de septiembre fue herido en el muslo. Sus seguidores hicieron correr el bulo de su muerte para poder evacuarlo de Barcelona y, tras unas primeras curas en el colegio de la Merced, poder trasladarlo a la finca de su hijo en Sant Boi del Llobregat. En 1719 obtuvo el perdón de Felipe V, una pensión vitalicia y continuó ejerciendo la abogacía en Barcelona hasta que murió en 1743 a los 87 años.

11- Felipe V abole los fueros de la Corona de Aragón y sus instituciones, tal como estaba previsto en los acuerdos de Utrecht y Rastadt. Mediante los Decretos de nueva Planta unifica el régimen político en el reino, conservando sólo los fueros de Navarra, las Provincias Vascongadas y Valle de Arán en premio a la lealtad durante la Guerra de Sucesión. Esta nueva situación jurídica abre los territorios de ultramar a los territorios de la Corona de Aragón, hasta ahora vetados para el disfrute de Catellanos, y por ende comienza una etapa de expansión económica en Cataluña que se verá su culminación en los siglos XIX Y XX.

Ignoro la razón por la que unos intelectuales (?) deciden erigir en héroe mártir a Casanova, como defensor de la patria catalana. Es una perversión histórica de marca mayor. Peor aún que razón impulsó a unos políticuchos a decidir que la fiesta de Cataluña sea el 11 de septiembre, en lugar del 23 de abril. Sea la razón que sea, Casanova debe estar retorciéndose de risa en su tumba admirando como un bachiller andaluz le sucede al frente de la Diputación General...