miércoles, 18 de julio de 2007

You are a lucky man

Los británicos con una gente curiosa. Tienen graves defectos, como por ejemplo la mala costumbre de conducir al revés. No hay nada más embarazoso que encontrarte en una glorieta con un coche alquilado y darte cuenta que todos van en sentido contrario al que has tomado.

También resulta chocante los enormes contrastes sociales que tienen. Si existiera la reencarnación, no me importaría nada reencarnarme en un adinerado Lord británico. Puedes saborear lo mejor que la vida puede ofrecer. Por contra, ser un proletario británico es lo mas ruin, cateto, cutre y horrendo que puede tocarte en el caprichoso reparto del destino.

Pero hay que reconocer que tienen sus cosas buenas. Una de ellas, es como conservan sus costumbres. A pesar de que estamos en el siglo XXI, aún portan en sus genes la austera disciplina derivada de un rígido sistema educativo. Es común denominador de cualquier británico la contención de sus emociones y el temor exacerbado al ridículo. Excepto cuando van ebrios, por supuesto, que entonces liberan de sopetón tanta rigidez acumulada para convertirse en lo peor de la creación. Pero por regla general son gente que mantienen las formas de manera exquisita. Para muestra un botón.

Corría el año 92, en plenas olimpiadas de Barcelona, por lo que un servidor programó para esas fechas actividades en el extranjero y así poder huir de las mismas. La primera de dichas actividades fue la de reunirme con uno de los principales proveedores de la empresa para la que trabajaba por aquel entonces. Tenían la sede en Watford, una población aproximadamente a unos 25 kilómetros al noroeste de Londres. Los directivos de esa compañía eran unos exquisitos gentlemen, por lo que tuve que añadir en mi equipaje el mejor de mis trajes, corbatas y zapatos para el encuentro.

Descartada la idea de acudir en coche de alquiler, vista la experiencia anterior con las glorietas, y dada la tozudez manifiesta de los británicos en seguir conduciendo al revés, opté por utilizar los afamados ferrocarriles británicos. Uno de los más rancios y eficientes del mundo. Así que ataviado con mi flamante Hermenegildo Zegna gris marengo, unos centelleantes Lotusse y la mejor de mis corbatas de Versace, fui dando un paseo por
Buckingham Palace Road camino de Victoria Station presto para tomar el tren.

Victoria Station es el resultado de la fusión de dos compañías de ferrocarriles que competían por el tráfico ferroviario hacia los puertos de la costa sur que comunicaban con el continente. Hasta 1923 hubo un muro que separaba ambas compañías. Hoy en día se aprecian las fachadas de estilo post victoriano diseñadas por Sir Charles Morgan que sustituyen las originales construidas en 1860 y posteriormente demolidas en 1906. Llama la atención los elevados techos acristalados que iluminan generosamente el amplísimo hall principal de la estación. También es curioso observar que hay tantas personas a pie de la estación, como gaviotas, palomas y gorriones revoloteando por la algarabía de vigas de acero y cristal de la techumbre.


Aguardaba pacientemente la cola para comprar el billete, a la vez que repetía para mis adentros un "One ticket to Watford, please", conteniendo el diafragma y tratando de imitar infructuosamente el estirado acento británico. Hay que esforzarse mucho, pues los británicos no hacen el mínimo esfuerzo por tratar de entender un acento que no es el suyo. Yo he estudiado inglés desde mi más tierna infancia, aunque la extraña costumbre de mis padres por enviarme de colonias a Francia todos los veranos sólo me sirvió para ver la cara de pasmo que ponían los franceses cuando les saludaba con el mejor de mis "good morning". Así que en descargo de los británicos he de reconocer que no debía ser fácil entender a un españolito hablando inglés con acento francés.

Volvamos a la historia. Estaba aguardando la cola para comprar el billete. La mayoría de la cola la componían trajeados ejecutivos y hombres de negocios. Por la hora, esa debía ser la población de usuarios habituales que se dirigían a sus centros de trabajo en las afueras de Londres. Mientras permanecía concentrado en la práctica de mi acento, repentinamente noté un fuerte chasquido en mi cabeza. Sin darme tiempo a saber que había sucedido, percibí como un fluído tibio resbalaba por mi sien izquierda a la par que mi vista se enturbió. Al instante comprendí que estaba sangrando. ¡Dios mío, ¿Qué me había sucedido? La angustia inicial disminuyó paulatinamente a la vez que mi pituitaria percibía un penetrante olor acre.

Una gaviota, que aquella mañana había decidido desayunarse con el más podrido de los contaminados peces del Támesis, había optado por evacuar al vuelo justo cuando volaba por encima mío. Yo no se con exactitud como es la cagada de una gaviota. Pero puedo asegurar como fue aquella en concreto. Un líquido viscoso y pegajoso comenzaba en mi cabeza, bajaba por la sien y gafas, para proseguir su caprichoso recorrido por la americana, camisa, corbata, pantalones y zapatos. En vista de la descomunal descarga, nunca me pude explicar como ese sucio pajarraco podía volar.

Pues bien, ahí estaba yo. Precioso. Cagado. Petrificado sin saber que cuernos hacer. El caballero que estaba delante mío en la cola, giró su cabeza levemente para observarme, de esa manera que sólo un británico sabe hacerlo, para exclamar en un suave tono "You are a lucky man" (Eres un tipo con suerte). Impasible, volvió su mirada al frente como si nada hubiera sucedido. Lo mismo sucedió con los restantes tipos de la cola. Nadie puede imaginarse como me sentí, ahí sólo en una ciudad extranjera, cagado de arriba a abajo. Decidí hacer lo único razonable, salir de Victoria Station y coger un taxi que me llevara al hotel. Preocupado por si algún taxista se apiadaría de mi en tales circunstancias, llamé al primero que, sin inmutarse, me preguntó la dirección del hotel, tras lo cual espetó un seco "You are a lucky man" y prosiguió el recorrido como si nada, a pesar del hedor putrefacto que invadía el habitáculo del vehículo. Llegué al hotel y me cambié, aunque con ropa casual, ya que no portaba mas trajes. Bajé al vestíbulo con la ropa sucia y solicité a la gobernanta del hotel que hiciera el favor de llevar la ropa a una tintorería. Como pueden imaginarse, la señora asió la bolsa con un simple "You are a lucky man" y desapareció sin más tras la puerta de servicio.

Desde entonces no hay nadie en el mundo que aprecie mejor que yo los resultados de la austera, rígida y disciplinada educación británica. ¿Imaginan este suceso en una estación española o italiana? El descojone del público hubiera sido descomunal. Pero tuve la "suerte" de que me sucediera en Londres. God save the Queen!

12 comentarios:

Coblenza dijo...

Oíga, que interesante es usted!

Cómo me alegro de que me diera la oportunidad de lucir palmito ante sus ojos en el blog de nuestra amiga.

Ha adquirido usted mi atención de sopetón.

La verdad que, lo vivió usted de forma escueta y precisa, qué asco de cagada no?

Pero lo mejor es que el señor inglés le dijo algo que es popular en todo el mundo. "es un tipo con suerte".
pshiss! psisss! ey! sí usted!
Qué estoy aquí.

La suerte acaba de llegarle.

;)

Besos.

gemmacan dijo...

Primero y antes de nada, la narración es absolutamente impecable, y sabrás que en un buen relato muchas veces lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y me han fascinado las formas, cosa que difícilmente me ocurre. Dicho lo cual vuelvo a mi habitual forma de comentar.

A ver, hace unos días iba de pedos, hoy de cagadas, obviamente lo escatológico siempre da mucho juego. Pero el trasfondo de flema británica, le da un toque caballeroso que dista bastante de los cuescos made in Spain. No puedo evitar observar a los ingleses in situ con cierta perplejidad, pero he de confesar que me gustan como sociedad, y que pasear por sus estaciones, aun a riesgo de ser elegido por una de sus gaviotas, es un auténtico placer.
Tienes un excelente gusto por las marcas de ropa. Sin duda eres un tipo con suerte.

Luigi dijo...

Coblenza: Mil gracias, sepa que también usted ha despertado mi curiosidad, tal como expone en su post, a la vez que ha cautivado mi más sincera admiración, especialmente por el post dedicado a India bajo pseudónimo. Tendrá en mi a uno de sus mas fieles y humildes eguidores.

India: Viniendo de ti, de tu demostrada capacidad de expresión y redacción, tus halagos me abruman. Muchas gracias.

Sobre la anécdota, de veras que agradezco el comportamiento flemático de los británicos, bastante ridícula fue la situación como para que la gente me hubiera mirado con asco y risotadas. La corbata no hubo forma de poder recuperarla. El ácido del pajarito se comió el estampado de la seda. Creo que aún la guardo en el cajón con los bañadores encogidos.

Sintagma in Blue dijo...

Tenemos que aprender muchas cosas de ellos. Tal vez ellos otras de nosotros.

Mel Alcoholica dijo...

Joder, menuda suerte de mierda!

What a fucking lucky man!

Luigi dijo...

Hola Sintagma, por supuesto que si, por ejemplo a ganar el Open Británico... vaya forma mas tonta de perder la de Sergio García!

Hola Mel, buena sugerencia para el título :)

kiti dijo...

Que buenisima historia, explicada de manera muy amena, descriptiva y divertida!

genial!

cristina

gemmacan dijo...

No news? Good news! ;)

L_Y_R dijo...

oyeeeeee!!!! actualiza por dios que entre los que se van de vacaciones y los que se vuelven vagos por esto del calor mis dias de oficina se eternizan!!!

que?? que te lo diga mas claro?? joer como eres... que te echo de menos, leches! (ale, ya me has hecho hablar!:P)

venga! a escribir!
muac!

Luigi dijo...

Voy, voy, voy, un poquito de paciencia que he tenido unos días complicados de viajes y varios follones ....

vaderetrocordero dijo...

Osease, que para tener suerte en england en vez de pisar una mierda te la tienen que echar encima? Pues que cagada!

M dijo...

Me hubiera muerto de verguenza incluso en una estación de pueblo abandonada....

Un saludo,
Hilda